Actividad física, ejercicio y asma

Actividad física, ejercicio y asma

Actividad física, ejercicio y asma

Opinión del experto:

Dra. Pilar Cebollero Rivas

 

La pérdida de calidad de vida es una constante en los pacientes que sufren enfermedades respiratorias crónicas. Una de sus principales consecuencias es la pérdida de capacidad para afrontar las actividades de la vida diaria, que a su vez desemboca, en muchos casos, en un menor nivel de actividad física (AF). Según la OMS, se considera AF cualquier movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos que exija gasto de energía. El ejercicio físico, que se caracteriza por ser planificado, estructurado, repetitivo y realizado con el objetivo de mejorar o mantener alguno de los componentes de la aptitud física, es una variedad de la AF. La AF abarca el ejercicio, pero también otras actividades de la vida diaria que entrañan movimiento, como el trabajo, los juegos, el transporte activo, las tareas domésticas o las recreativas. Se ha demostrado que un nivel adecuado de AF para cada edad reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiorespiratorias y mejora el control de estas, entre otros beneficios.1 El nivel de actividad física de una persona y la capacidad de ejercicio son conceptos diferentes que se miden de distinta forma. El primero se mide con cuestionarios específicos o, más objetivamente, mediante podómetros o acelerómetros. Estos últimos, en alguna de sus versiones, pueden medir el movimiento en las tres dimensiones. La tolerancia al esfuerzo se objetiva con pruebas de esfuerzo, como el test de seis minutos marcha o, de una forma más completa, con la ergoespirometría.

Dentro de las enfermedades respiratorias crónicas, las mayores evidencias de los beneficios de la AF se han producido en pacientes con EPOC. En el asma son menores, aunque, en los últimos años, las publicaciones en lo que respecta tanto al nivel de AF de estos pacientes como a su capacidad de ejercicio van siendo más numerosas. Respecto al nivel de AF, aunque algunos autores como Coelho no encontraron diferencias significativas entre una muestra de 30 pacientes asmáticos frente a 30 voluntarios en el nivel de AF,2 otros autores han constatado que estas diferencias eran menores cuanto más grave era la enfermedad;3 parece existir relación entre el nivel de AF y el grado de control y, en adolescentes, se ha descrito una menor AF entre los asmáticos más obesos o los peor controlados.4

Vermeulen5 y colaboradores revisaron las razones que podrían contribuir a la limitación de la actividad y a la presencia de disnea de esfuerzo. Entre ellas, analizaron el papel de la fuerza de los músculos respiratorios y concluyeron, según la evidencia encontrada, que la hiperinsuflación y el efecto del tratamiento prolongado con corticoides tienen una influencia negativa en la misma, por lo que afectan de forma especial a los pacientes más severos; no obstante, resaltan que la relación entre la fuerza muscular respiratoria y el nivel de actividad física aún no ha sido estudiada. Respecto a la fuerza muscular periférica, señalan que, en pacientes severos tratados con corticoides, la fuerza de los cuádriceps era menor en aquellos que padecían un asma de control difícil, hecho que además tenía correlación con la fuerza máxima alcanzada en un protocolo incremental en cicloergometría. Finalmente, concluyeron que, aunque esta relación se observe en pacientes más severos, no hay datos suficientes para saber si obedece a la severidad en sí misma, al tratamiento o a un mayor sedentarismo y condicionamiento. Atendiendo también a la severidad, Bahmer3 encuentra relación con la severidad y especialmente con la afectación en la pequeña vía aérea medida con oscilometría de impulsos. Buscando comportamientos presentes en otras patologías que cursan con limitación al esfuerzo, Benfante6 comprueba la aparición de hiperinsuflación dinámica en esfuerzo en asmáticos equivalente a la que se produce en la EPOC.

Otro mecanismo involucrado en la menor actividad física es la broncoconstricción producida en ejercicio presente en muchos pacientes asmáticos.7

Los beneficios de la AF en el asma son numerosos. Entre ellos, destacan el aumento de la capacidad de ejercicio, la mejora la calidad de vida, la disminución de los síntomas, la hiperrespuesta o la inflamación sistémica y de la vía aérea, el riesgo de exacerbaciones o el riesgo de broncoconstricción inducida por esfuerzo (más estudiado en niños); en cambio, se ha visto un menor efecto sobre la función pulmonar.

Aumentar el nivel de AF no es fácil entre la población general, y es aún más difícil en personas que padecen enfermedades crónicas como el asma. Resultan interesantes las conclusiones de Mancuso8 y colaboradores tras la encuesta realizada a 60 pacientes asmáticos respecto a barreras y posibles facilitadores para la AF que contemplan desde distintos aspectos de la enfermedad y que podrían ayudar a planificar estrategias específicas para su promoción. Además del fomento de la AF, recomendable en todos los pacientes, la rehabilitación ha demostrado ser eficaz en asmáticos.

Los programas de rehabilitación respiratoria (RR) están basados en la atención multicomponente e incluyen el entrenamiento muscular periférico (resistencia y fuerza), la educación, la nutrición, la atención psicológica o el entrenamiento de musculatura respiratoria, entre otros. Respecto a este último, en la revisión publicada por Shei9 y colaboradores se concluye que, entre los diez trabajos que eligen para su análisis, existe excesiva variabilidad entre las poblaciones seleccionadas en cuanto a modo de entrenamiento utilizado y duración de los programas o protocolos, por lo que no pueden extraer conclusiones definitivas respecto al efecto de dicho entrenamiento. Respecto a programas multicomponente, Zampogna10 y su grupo publican los resultados retrospectivos de la aplicación de un programa de tres semanas de duración a pacientes asmáticos graves estables, resaltando cambios positivos en cualquiera de los escalones de GINA en cuanto a síntomas respiratorios o fatiga. Los efectos fueron mayores entre pacientes más jóvenes, con historia tabáquica y con peor tolerancia al esfuerzo basal. En cualquier caso, señalan la necesidad de realizar nuevos estudios prospectivos que arrojen luz sobre características de la enfermedad que identifiquen a los pacientes más susceptibles de mejora y el papel específico que pueda tener cada uno de los componentes de dichos programas. Puesto que en muchas ocasiones llevar a cabo los programas en el ámbito hospitalario comporta dificultades de acceso para los enfermos, se han valorado programas domiciliarios, algunos parcialmente supervisados, más sencillos, pero que se han demostrado eficaces. Así, Grosbois,11 al analizar los efectos a un año de un programa domiciliario para pacientes asmáticos y compararlo con los obtenidos en un programa similar para pacientes con EPOC, observa mejoras en ambos grupos tanto en la capacidad de ejercicio como en la calidad de vida, mientras que, a diferencia de los EPOC, el grupo de asmáticos no mejoró en el grado de ansiedad o depresión.

Dadas las evidencias en otras patologías y las ya existentes en el asma, la RR debería convertirse en una prioridad dentro de la investigación presente y futura en nuestros pacientes.

 

Bibliografía

  1. Recomendaciones mundiales sobre actividad física para la salud. OMS 2010.https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/44441/97892?sequence=1&TS.
  1. Coelho, et al. J Asthma.2018;55(1):73-78.
  1. Bahmer, et al. EurRespir J. 2017;49:1601827.
  1. Winn CON, Mackintosh KA, Eddolls WTB, Stratton G, Wilson AM, Davies GA, McNarry MA (2020) Asthma, body mass and aerobic fitness, the relationship in adolescents: The exercise for asthma with commando Joe’s® (X4ACJ) trial. Journal of Sports Sciences. 2020;38(3):288-295, DOI: 1080/02640414.2019.1696729.
  1. Vermeulen, et al. Respiratory Medicine. 2016;17, 122e130.
  1. Benfante, et al. ERJ Open Research. 2018;4:00143-2017; DOI:1183/23120541.00143-2017.
  1. Van der Kamp, et al. Journal of Child Health Care. 2019.https://doi.org/10.1177/1367493519881257.
  1. Mancuso CA, et al. Journal of Asthma. 43:2,137-143.
  1. Shei, et al. The Physician and Sportmedicine, 2016;44(4):327-334.
  1. Zampogna, et al. Journal of Asthma. 2019. DOI:10.1080/02770903.2019.1646271.
  1. Groboi JM, et al. Respir Med. 157(2019):36-41.

 

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